Mamá ¿Donde está el abuelo? El proceso de duelo en los niños

Álvaro Tomás García Psicólogo General Sanitario Col. N.º: MU-03503
Suele haber muchos mitos y bastantes falsas creencias entorno al qué hacer con los niños cuando fallece un familiar cercano. Cuando un niño queda huérfano, de padre o madre, o muere el abuelo o la abuela, los familiares que quedan suelen desconocer los pasos a seguir con el niño o, por otra parte, y como suele ser lo más habitual, suelen tirar de una serie de reglas o creencias falsas para “ahorrarle dolor”.
Algunos comportamientos, propios de estas falsas creencias para aliviar dolor serían aquellas tales como: “El niño no viene al funeral”, “Que no se entere”, “Que no lo vea”, “Llévatelo que no me vea llorar”, “¿Para qué va a ir al entierro?”, “¿Para qué le voy a decir nada si no lo va a entender?”. Ante todo, esto cabe decir, principalmente, que estas creencias pueden ser ciertas o no dependiendo de la etapa del desarrollo del niño.
Se pueden destacar tres puntos principales relacionados con el concepto que los niños tienen de la muerte como son: la irreversibilidad (ya no va a volver), la irrevocabilidad (la muerte es para siempre) y la universalidad (todos mueren). La adquisición o no de estos conceptos por parte del niño le harán afrontar la muerte de ese ser querido de diversas maneras.
Entre los 0 y los 2 años, los niños desconocen el concepto de muerte, sin embargo, perciben la ausencia de los padres. Muchos padres dejan a sus hijos de esta edad en casa de algún familiar cuando otro familiar ha fallecido. Si esta estancia se alarga varios días, es de reseñar que el pequeño puede llegar a concebir esta situación como un abandono por parte de los padres. Y les aseguro que, a largo plazo, esto si puede causar trauma. Entre los 3 y los 5 años, presentan un pensamiento mágico, fabulativo y egocéntrico. Ven la muerte como temporal y reversible, algo similar a dormir. De los 6 a los 8, la muerte se interpreta como un castigo, es decir, es como un personaje que te lleva o te atrapa. Aparece el concepto de irreversibilidad. De los 9 a los 12, se adquiere el concepto adulto de la muerte: Ya no va a volver, la muerte es para siempre y todos morimos.

  • Las recomendaciones, como psicólogos que damos a los padres ante esta situación son:
  • Ser honestos, aunque resulte doloroso hablar de la muerte de alguien que ha fallecido recientemente.
  • Explicar acorde a la edad y al lenguaje del niño. Por ejemplo, entro los 3 y los 5 años, ya que se encuentran en una etapa de pensamiento mágico, viene bien tirar de la fabulación o la metáfora. Asimilar la muerte al nacer y al morir de una flor, o a la metamorfosis de una mariposa. Con esto mostramos la muerte al niño como un cambio en un continuo.
  • Aceptar todas sus preguntas. Como hemos referido, dependiendo de la etapa del desarrollo en la que se encuentren conocen unos aspectos y desconocen o no entienden otros. Es recomendable recoger todas sus dudas y realizar las explicaciones siempre en base a los conocimientos que Por ejemplo, a la pregunta: ¿Dónde ha ido el abuelo?, responder: ¿Tú dónde crees que ha ido? Esto nos ayudará a saber por dónde encauzar nuestra respuesta.
  • Evitar confundir al niño con conceptos poco adecuados, como “la muerte es como dormir”. Esto puede llevar a que el niño de 3 a 5 años piense que si se duerme podrá reencontrarse con la persona fallecida, y al de 6 a 8 años, a que si se duerme no despertará y, por lo tanto, morirá. Este último caso puede desencadenar problemas del sueño o somnifobia (miedo a quedarse dormido y no despertar).
  • Invitarlo a participar en los ritos funerarios en la medida en que sea posible, que no causa trauma, aunque muchos lo piensen. Los ritos ayudan a cerrar y son muy sanadores. Eso sí, hay que preguntarle al niño hasta dónde quiere llegar, y una vez que se llega, explicarle a priori con lo que se va a Por ejemplo, si el niño en el velatorio quiere darle un beso a la mama, o al abuelo que ha fallecido, hay que decirle que no se lo van a devolver o que están muy fríos. En definitiva, hay que explicarles, antes de dar cada paso, con lo que se van a encontrar. Y fundamental, si no quieren hacerlo, no obligarlos.
  • Animarlos a expresar lo que sienten y no coartarles.
  • Y, por último, sentir con ellos si se quiere. Si el niño pregunta: “¿Mama, porque lloras?” Decirle claramente: “Mama esta triste porque papa, por ejemplo, no está. Pero, aunque mama llore, mama está contigo y no te va a dejar”. Y dejarlos a ellos llorar si lloran. Se puede llorar con los  niños. Lo principal, lo más importante es que se sientan seguros.