Pérdida por suicidio

Se entiende por suicidio al acto de quitarse deliberadamente la propia vida. Según el Instituto Nacional de Estadística el número de suicidios en 2020 en España creció en 270 personas, hasta los 3.941 suicidios, así pues, en España se suicidan de media 11 personas cada día y supone la segunda causa principal de muerte entre personas de 15 a 24 años.

La conducta suicida incluye:

  • Suicidio consumado: acto autolesivo intencionado con resultado de la muerte
  • Intento de suicidio: acto autolesivo con intención de provocar la muerte pero que no resulta mortal.
  • Ideación suicida: pensamientos, planes y actos preparatorios relacionados con el suicidio.

Además, pueden existir autoagresiones no suicidas que son actos autolesivos sin intención de provocar la muerte. Ejemplo de ello puede ser: infligirse rasguños o cortes en los brazos, quemarse a uno mismo, ingerir una sobredosis de vitaminas. La autolesión no suicida puede ser una forma de reducir la tensión porque el dolor físico puede aliviar el dolor psicológico. También puede ser una petición de ayuda de las personas que aún desean vivir.

Las familias en las que ha ocurrido un suicidio están expuestas a una mayor probabilidad de desestructuración, desorganización y expresiones patológicas en sus miembros. Las personas que han pasado por el suicidio de un familiar son más propensas a desarrollar un trastorno de estrés postraumático (TEPT), depresión, ansiedad y otros trastornos del estado de ánimo.

Generalmente, la familia del suicida rechaza hablar de ello con otras personas, debido al estigma que frecuentemente acompaña al suicidio en nuestra cultura. El estigma del suicidio y la culpabilidad sentida por la familia a menudo le acompañan toda la vida.

El entorno de la persona que se ha suicidado puede presentar enojo para con la persona que se ha quitado la vida, confusión por no entender por qué lo hizo, culpabilidad, acusarse a sí mismo de no haberse percatado de cómo se sentía la persona que consumó el suicidio, así como de acciones que pudo haber emprendido para evitar que esto sucediera. Pueden presentarse sensaciones de impotencia y rabia, así como preocupaciones por algún suceso que se interpreta como causa de la decisión del suicida. Al mismo tiempo y aunque parezca contradictorio, el doliente del fallecido puede sentirse aliviado de que ya no estará sufriendo o por no tener que seguir apoyando sus ideas y tentativas suicidas. También pudiera sentir vergüenza por lo que su familiar ha hecho, especialmente si su cultura lo ve como algo pecaminoso o desgraciado. Pueden presentarse síntomas, tales como pesadillas de imágenes intrusivas y miedo referido a sí mismo, a su posible vulnerabilidad de cometer suicidio o a padecer una enfermedad mental que lo conlleve, (García y Pérez, 2013).

 

Se entiende por suicidio al acto de quitarse deliberadamente la propia vida. Según el Instituto Nacional de Estadística el número de suicidios en 2020 en España creció en 270 personas, hasta los 3.941 suicidios, así pues, en España se suicidan de media 11 personas cada día y supone la segunda causa principal de muerte entre personas de 15 a 24 años.

La conducta suicida incluye:

  • Suicidio consumado: acto autolesivo intencionado con resultado de la muerte
  • Intento de suicidio: acto autolesivo con intención de provocar la muerte pero que no resulta mortal.
  • Ideación suicida: pensamientos, planes y actos preparatorios relacionados con el suicidio.

Además, pueden existir autoagresiones no suicidas que son actos autolesivos sin intención de provocar la muerte. Ejemplo de ello puede ser: infligirse rasguños o cortes en los brazos, quemarse a uno mismo, ingerir una sobredosis de vitaminas. La autolesión no suicida puede ser una forma de reducir la tensión porque el dolor físico puede aliviar el dolor psicológico. También puede ser una petición de ayuda de las personas que aún desean vivir.

Las familias en las que ha ocurrido un suicidio están expuestas a una mayor probabilidad de desestructuración, desorganización y expresiones patológicas en sus miembros. Las personas que han pasado por el suicidio de un familiar son más propensas a desarrollar un trastorno de estrés postraumático (TEPT), depresión, ansiedad y otros trastornos del estado de ánimo.

Generalmente, la familia del suicida rechaza hablar de ello con otras personas, debido al estigma que frecuentemente acompaña al suicidio en nuestra cultura. El estigma del suicidio y la culpabilidad sentida por la familia a menudo le acompañan toda la vida.

El entorno de la persona que se ha suicidado puede presentar enojo para con la persona que se ha quitado la vida, confusión por no entender por qué lo hizo, culpabilidad, acusarse a sí mismo de no haberse percatado de cómo se sentía la persona que consumó el suicidio, así como de acciones que pudo haber emprendido para evitar que esto sucediera. Pueden presentarse sensaciones de impotencia y rabia, así como preocupaciones por algún suceso que se interpreta como causa de la decisión del suicida. Al mismo tiempo y aunque parezca contradictorio, el doliente del fallecido puede sentirse aliviado de que ya no estará sufriendo o por no tener que seguir apoyando sus ideas y tentativas suicidas. También pudiera sentir vergüenza por lo que su familiar ha hecho, especialmente si su cultura lo ve como algo pecaminoso o desgraciado. Pueden presentarse síntomas, tales como pesadillas de imágenes intrusivas y miedo referido a sí mismo, a su posible vulnerabilidad de cometer suicidio o a padecer una enfermedad mental que lo conlleve, (García y Pérez, 2013).