Acompañado ante la muerte

Álvaro Tomás García Psicólogo General Sanitario Col. N.º: MU-03503
 
La muerte ha sido y sigue siendo considerada un tema tabú, un tema del que es mejor no hablar. Aun así, se ha dado siempre y se seguirá dando. La vida es un continuo de experiencias, un desarrollo y aprendizaje constante. Pues bien, cuando hablamos de muerte no hablamos de otra cosa que no sea eso: una experiencia. Es más, es la última experiencia de la vida. Y ésta, aun siendo la última no tiene por qué ser dolorosa de hecho, aunque pueda resultar difícil contemplarlo, puede ser agradable. Resulta complejo el vislumbrar un final de vida como un episodio de paz y bienestar, pero he de decir que es posible vivir la muerte con felicidad. Todo reside en cubrir esas necesidades particulares de cada persona ante la muerte y, sobre todo, en aceptar.
El tratar con una persona que esta muriendo es algo que da reparo. No se sabe qué hacer. No se sabe qué decir. En definitiva, no se sabe cómo actuar. La única salida que encontramos es la lástima, la pena. Ante esto cabe destacar, que la lástima, para aquellos que no lo sepan, incapacita. Por otra parte, está la compasión, que es algo que ayuda a seguir andando. Con la compasión respondemos al dolor del otro sin pena, sin aversión, sin miedo. La compasión reconoce el sufrimiento de la persona, puesto que es bien distinto el decir: Entiendo y sé por lo que estas pasando” que el “Me imagino lo duro que tiene que ser lo que estas pasando”. En uno doy por hecho que tengo total y absoluto conocimiento de tu pesar, en cambio, en el otro dejo claro que no conozco el alcance de tu dolor, puesto que tu pesar es tuyo, pero comprendo que te duela.
Lo que se persigue con este procedimiento es normalizar emociones, es decir, aceptar el dolor ajeno como algo legítimo a la persona llegando, con ello, a la contemplación y transmisión de la idea de que sentir dolor en un proceso de muerte es algo normal, que les ocurre a personas normales, que viven la situación anormal de perder la vida. Decir adiós a aquellos con quienes hemos compartido parte de nuestra vida, decir adiós a la propia vida, es algo por lo que toda persona, antes o después, pasará. La muerte es algo normal tomándolo como algo natural, pero es anormal desde el punto de vista individual. No es algo que experimentemos con frecuencia. Cuando hablamos de reconocer la emoción del otro no hablamos de ponernos en los zapatos del otro. Estamos hablando de identificar la emoción, el estado de esa persona, sin ponernos en su lugar. A esto se le llama empatía, a lo otro se le llama intrusismo, y no es terapéutico. Es importante remarcar que mientras que una persona está viva, siempre hay algo que hacer. Podemos acompañarlo en su proceso de muerte, estando. No pensando u ofreciendo mil enredos, sino estando. Estando, mimando, cuidando. En definitiva, acompañando. Darle a esa persona lo que necesita, no lo que crees que necesita. Pues mientras tenga forma de comunicarse sigue siendo un ser activo, con capacidad de decisión. Hablar por el otro es incapacitar al otro.
Hemos de plantearnos en estas situaciones de quienes son las necesidades.
Cuando le decimos al enfermo “No sufras”, “Te tienes que poner bien”, “Tienes que ser positivo” … ¿Quién necesita todo eso? ¿Le hemos preguntado a la persona qué quiere hacer en ese momento? ¿Quién tiene que hacer qué, quien quiere hacer qué? ¿El enfermo? Hay un dato que también es de reseñar y es cuando estamos delante de una persona en proceso de muerte, y nosotros mismos nos damos cuenta de que hemos llegado y no paramos de hablar de lo que tiene que hacer, de cómo tiene que ser, de cómo tiene que comportarse, de cómo ha de sentirse… Tenemos que mirarnos, tenemos que hacer un pequeño proceso de introspección y ver quien tiene la necesidad de qué.
El principal fundamento de la psicología, al menos a mi modo de ver, es el aliviar el dolor, sin causar aun más daño, la máxima latina “Primun non nocere”.

Es decir, no se trata tanto de limpiar, sino de no ensuciar más. A esto se le conoce como el Principio de no maleficencia”. Pues bien, cuando nos acerquemos a una persona en proceso de muerte hemos de tener la suficiente apertura como para poder encontrarnos con respuesta tales como: “Quiero morir”, “No quiero seguir viviendo”, “Yo ya he vivido lo suficiente”, “Dejadme en paz”. Son respuestas duras, no son fáciles de sobrellevar, aun así, hemos de tener la suficiente compasión como para no salir corriendo ante esas respuestas o como para no romper a llorar. La suficiente compasión y empatía para, simplemente, estar, acompañar. La suficiente compasión y empatía como para poder decirle a esa persona:
Entiendo que estés tan dolido. Cuánto dolor tienes que estar pasando para decir eso. ¿Te apetece que hablemos sobre ello?
Algo que ayuda bastante es el saber que, puesto que esa persona es un ser activo, su vida no está en mis manos. En mis manos no está la responsabilidad de salvar a nadie. Muchas personas que vienen a consulta creen que se van a encontrar a Aristóteles, con una túnica blanca, tirado en un diván que le va a solucionar sus problemas. Pero la consecución del bienestar está en uno mismo. Cuando llegamos a la conclusión como terapeutas y como personas, de que no está en nuestras manos el salvar a nadie se quita uno un peso muy grande de la espalda. Solo con decirlo ya se respira de otra forma. Da mucha tranquilidad, mucho sosiego para afrontar, que no es enfrentar.