Àreas de actuación

 VIOLENCIA DE GÉNERO
Según datos extraídos del Ministerio de Igualdad, el número de denuncias interpuestas por violencia de género asciende a 5,060 y el número de víctimas mortales a nivel nacional, durante el año 2021, fue de 44 mujeres.

«Todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada».

Se distinguen las siguientes formas de violencia contra la mujer:

  • Violencia física. Acto por el que el agresor ejerce una fuerza física contra la víctima, mediante golpes, patadas, bofetadas, empujones o cualquier otro método o forma de agresión corporal. 
  • Violencia sexual 
  • Violencia sexual que no implica contacto corporal: exhibicionismo, mensajes obscenos, gesto y palabras obscenos, insultos sexistas… 
  • Violencia sexual con contacto corporal: tocamientos, imposición de prácticas sexuales no deseadas, violación
  • Violencia contra los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres:

Agresiones sexuales, que comprenden cualquier atentado contra la libertad sexual, realizado con violencia o intimidación; Abusos sexuales, cualquier atentado contra la libertad sexual de otra persona, pero realizado sin violencia ni intimidación, pero sin que medie el consentimiento de dicha persona; Acoso sexual, forma de violencia contra las mujeres que tengan el objetivo de atentar contra su dignidad o le genere un entorno intimidatorio, hostil, degradante, humillante, ofensivo o molesto.

  • Violencia psicológica. Puedes estar sufriendo maltrato si tu pareja o expareja:
  • Te ridiculiza, te hace sentir inferior, torpe o inútil
  • Te aísla, te impide relacionarte con familiares o amistades, se pone celoso o provoca una pelea
  • Te amenaza, humilla, grita o insulta en privado o en público.
  • Te hace sentir culpable.
  • Amenaza con hacerte daño a ti o a tu familia
  • Te da miedo su mirada o sus gestos.
  • Te controla el dinero, la forma de vestir y te revisa tu teléfono móvil o redes sociales.
  • Te ha agredido alguna vez físicamente
  • Te ha forzado a mantener relaciones sexuales en contra de tu voluntad
  • Amenaza con quitarte a tus hijas e hijos en caso de dejarlo (y en caso de tenerlos)

Una relación saludable es aquella basada en los principios de confianza y respeto mutuo. Si en tu pareja aparecen alguna de las actitudes mencionadas, debes estar alerta y pedir ayuda.


ABUSO SEXUAL:
Los abusos sexuales comprenden cualquier atentado contra la libertad sexual de otra persona, realizado sin violencia ni intimidación, sin que medie el consentimiento de dicha persona. Se consideran abusos sexuales no consentidos (además de los que se ejecuten sobre menores de 13 años) aquellos en los que el consentimiento se obtenga prevaliéndose el responsable, de una situación de superioridad manifiesta que coarte la libertad de la víctima. Específicamente, el abuso sexual de menores se refiere a cualquier conducta sexual mantenida entre un adulto y un menor. 

La prevalencia de agresiones sexuales es variable, dado que se utilizan definiciones y metodologías distintas en cada estudio, además entre 75 y 80% de ellas no son denunciadas, dificultando determinar su prevalencia real. (Leyton et al., 2013). Según la primera encuesta nacional de Estados Unidos, llevada a cabo en adultos, sobre la historia de abuso sexual, un 27% de las mujeres y un 16% de los hombres reconocían retrospectivamente haber sido víctimas de abusos sexuales en la infancia (Echeburúa y de Corral, 2006). 

Las víctimas suelen ser más frecuentemente mujeres (58,9%) que hombres (40,1%) y situarse en una franja de edad entre los 6 y 12 años. Hay un mayor número de niñas en el abuso intrafamiliar (dentro de la familia), con una edad de inicio anterior (7-8 años), y un mayor número de niños en el abuso extrafamiliar (fuera de la familia), con una edad de inicio posterior 

Las conductas abusivas, que no suelen limitarse a actos aislados, pueden incluir un contacto físico (genital, anal o bucal) o suponer una utilización del menor como objeto de estimulación sexual del agresor (exhibicionismo o proyección de películas pornográficas)

Las agresiones sexuales infantiles repercuten psicológicamente sobre el desarrollo de las víctimas, además de sufrir consecuencias físicas, emocionales, sociales y familiares. Existe asociación entre las agresiones sexuales infantiles y el aumento del riesgo de trastornos psiquiátricos y consecuencias en la salud mental en la vida adulta.


VIOLACIÓN
Las agresiones sexuales comprenden cualquier atentado contra la libertad sexual, realizado con violencia o intimidación. Dentro de éstas se encuentra la violación: cuando la agresión sexual consiste en la introducción del pene por vía vaginal, anal o bucal o la introducción de cualquier clase de objeto o miembro corporal (ej.: los dedos) por vía vaginal o anal. Pero también existe agresión sexual cuando se atenta contra la libertad sexual de la mujer, aunque ello no implique contacto físico entre ésta y el agresor (obligarla a masturbarse o a mantener relaciones sexuales con otras personas). 

En relación a la esfera psicológica, la depresión es el síntoma más frecuente en las mujeres adultas abusadas sexualmente en su infancia y/o adolescencia. Las consecuencias psicológicas pueden ser severas y a largo plazo, incluyendo ansiedad, miedo, depresión e intento suicida. Se describe además la presencia de disfunciones sexuales, dificultades en el funcionamiento cotidiano y en las relaciones interpersonales. Todo esto acompañado de frecuente sintomatología somática. También en las víctimas se reportan comportamientos autodestructivos, autoagresión e ideación suicida. Se describen problemas serios en la relación de pareja de estas mujeres, problemas en la relación con sus padres e hijos. Hay reacciones de temor, hostilidad y sentimientos de amenaza constante (Montero et al., 2004).


ACOSO ESCOLAR / BULLYING
El acoso escolar o bullying se cobra alrededor de 200 mil suicidios al año entre jóvenes de entre 14 y 28 años según un informe realizado por la ONG Internacional Bullying Sin Fronteras, en colaboración con la Organización Mundial de la Salud junto a Naciones Unidas.  En el año 2020/2021 se registraron 11.229 casos de acoso escolar y el 11% de los casos pertenece a la Región de Murcia. (ONG Internacional Bullying Sin Fronteras).

El fenómeno del acoso escolar también recibe el nombre de intimidación, hostigamiento o acoso escolar y se refiere a aquellas conductas agresivas que se ejercen de manera repetida a un alumno o grupo de ellos sobre otro, en dónde la intención es hacer daño y establecer una relación de control-sumisión en la que el agredido no pueda defenderse. (Enríquez y Garzón, 2015)

Las conductas que causan sufrimiento son variadas e incluyen: insultos, motes o apodos, emboscadas, hacer el vacío o excluir, maltratar las pertenencias, amenazar, empujar, pegar, entre otras, las cuales podrían clasificarse como conductas de maltrato verbal, físico o psicológico.

En la dinámica del acoso escolar participan: acosador, víctima y observadores. El acosador pretender obtener un beneficio de este comportamiento -popularidad, poder, etc.-; la víctima sufre a menudo en silencio esta situación y los observadores considerados pasivos, legitiman el acoso, aunque algunos pueden participar en el mismo como colaboradores, otros sencillamente observan el proceso sin intervenir.

Con respecto a las consecuencias psicológicas el acoso escolar supone una situación sumamente estresante y que repercute de forma muy negativa en el bienestar psicológico de la víctima. Estas suelen expresar sentimientos de soledad, ansiedad, síntomas depresivos, baja autoestima, problemas de insomnio, quejas somáticas (como dolores de cabeza, dolor de estómago, náuseas o vómitos), rechazo a asistir a la escuela y, en los casos más graves, ideas acerca del suicidio. Además, tienden a mostrar un autoconcepto general negativo, una baja satisfacción con la vida y un alto grado de infelicidad (Cañas, 2017).


ACOSO LABORAL / MOOVING
Según el Instituto Superior de Estudios Sociales y Sociosanitarios el 15% de los trabajadores en España sufre acoso laboral y las mujeres entre 33 y 55 años son las principales víctimas, a estas les siguen las personas que pertenecen a etnias diferentes o a grupos minoritarios.

Se considera acoso laboral al conjunto de acciones continuadas de violencia psicológica injustificada (insultos, humillaciones, menosprecios, aislamiento, difusión de rumores, etc.) y a veces incluso física o sexual que es ejercida por parte de superiores, compañeros de trabajo o la propia empresa sobre la víctima. Estas conductas son realizadas de manera consciente, abusiva y premeditada con el objetivo de degradar el clima laboral de la víctima.

El hostigamiento laboral es reconocido como un serio problema en el ambiente de trabajo ya que puede traer consecuencias tanto en la satisfacción laboral como en la salud de los trabajadores. El acoso laboral se asocia al ausentismo laboral, los intentos por dejar la organización, la alta rotación de personal y los retiros de las personas en edad temprana.

En el ámbito psicosocial la persona experimenta estrés laboral, depresión, irritación, manifestaciones psicosomáticas, baja autoestima y ansiedad. Otras consecuencias psicológicas hacen referencia a distorsiones cognitivas a nivel de concentración, atención, memoria, sentimientos de amenaza, de fracaso, impotencia, apatía, frustración, infravaloración, susceptibilidad, hipersensibilidad, aislamiento, irritabilidad, depresión grave y en algunos casos hasta el suicidio (Peralta, 2004).


PÉRDIDAS Y PROCESOS DE DUELO
El duelo es un proceso psicológico que se produce tras una pérdida, ausencia, desaparición, muerte o abandono. La pérdida de cualquier persona, objeto o lugar de apego provoca un duelo, si bien la intensidad y las características de éste pueden variar en gran medida en función del grado de vinculación emocional con el objeto, de la propia naturaleza de la pérdida, de la forma de ser de la persona y de su historia previa.

El duelo se suele asociar a la muerte, pero las pérdidas pueden ser muy diversas: rupturas de pareja, cambios de domicilio, migración, cambios de estatus profesional, procesos de enfermedad o pérdida de funcionalidad o pérdida de trabajo. 

El proceso de duelo se puede dividir en 4 etapas:

  1. Fase de shock: Esta fase empieza en el momento de la pérdida. El doliente suele encontrarse en una situación conmoción e incredulidad que se caracteriza por un gran desconcierto, embotamiento emocional y un sentimiento de irrealidad con expresiones, como ‘‘esto no puede ser cierto’’, ‘‘no puede ser que esto esté pasando’’, etc. 
  2. Fase de negación: Esta fase se caracteriza por una intensa añoranza por la pérdida. Se suelen producir episodios de llanto intenso intercalados con períodos de gran ansiedad, tensión y sentimientos de rabia y culpa.
  3. Fase de desesperación: Esta etapa se caracteriza por la sensación de desorganización de la propia existencia sin la presencia del objeto o persona perdida. Por ello, es habitual experimentar apatía, tristeza, desinterés, o incluso una tendencia a abandonarnos y a romper los esquemas de nuestro estilo de vida. 
  4. Fase de reorganización: A medida que el tiempo pasa y los episodios agudos de pena y desesperación va disminuyendo en frecuencia e intensidad, el doliente empieza a mirar hacia el futuro y a reconstruir su mundo, recuperando poco a poco la esperanza, estructurando el tiempo hacia actividades con proyección de futuro y permitiéndose un progresivo acercamiento a las emociones positivas.

Las condiciones vividas durante la pandemia COVID-19 favorecen la aparición de duelos complejos, prolongados y traumáticos. Estas condiciones tienen que ver con la rapidez de la pérdida, la sorpresa, la incertidumbre, la sensación de impotencia, la falta de información, la soledad en el momento de la pérdida y la soledad posterior debida al distanciamiento social, y la imposibilidad de despedirse y llevar a cabo rituales que favorezcan la elaboración del duelo.

Niemeyer, citado por Villagómez, Peña y Franco (2020), en su teoría sobre la reconstrucción del significado retoma que el proceso de duelo es individual ya que el doliente construirá un camino único para él y diferentes al de los otros dolientes ya que, si bien pudieran estar perdiendo a la misma persona, la relación y la vivencia de la pérdida es única y personal. Por otra parte, el duelo también puede ser compartido ya que no se puede desligar al doliente de su entorno próximo como lo es la familia, sociedad en la que vive y su cultura, la interacción de este ser individual con el entorno y viceversa influye en la elaboración del duelo de cada persona.


ATENTADO TERRORISTA:
Los atentados terroristas pretenden lograr un objetivo político, económico, religioso o social a través del miedo, la coerción o la intimidación de una audiencia más amplia que las víctimas inmediatas. 

Se pueden definir el terrorismo como un fenómeno que busca, con un fin político, religioso o ideológico, infundir terror, crear una alarma social e intimidar a la población, aprovechando la influencia de los medios de difusión masiva. El terrorismo ataca al derecho a la vida, al derecho a la libertad y a la seguridad de las personas, a la vida privada, a la familia y al domicilio y, por último, el terrorismo afecta a la libertad de pensamiento. de conciencia y de religión, así como la libertad de opinión y de expresión.

Las repercusiones psicopatológicas de los atentados terroristas se extienden más allá de las personas que directamente han experimentado el atentado y han sobrevivido al mismo ilesos o con heridas de mayor o menor consideración. A estas víctimas directas hay que unir las víctimas indirectas: los familiares y allegados de las personas muertas y heridas, los profesionales de emergencias (personal médico, de enfermería y de ambulancias, psicólogos, bomberos, policías, etc.) y voluntarios que han intervenido en la ayuda a las víctimas, las personas residentes en áreas cercanas a los lugares de los atentados, y la población general de la comunidad afectada.

El TEPT es, sin duda, el trastorno mental más frecuente entre las víctimas directas o indirectas de los atentados terroristas.

Tras un atentado terrorista pueden aparecer una gran variedad de síntomas psicopatológicos y trastornos mentales distintos al TEPT, entre lo que se encuentra el trastorno depresivo mayor, la agorafobia, el trastorno por pánico (o trastorno de angustia) y el trastorno de ansiedad generalizada (García y Sanz, 2010).


PÉRDIDA POR SUICIDIO
Se entiende por suicidio al acto de quitarse deliberadamente la propia vida. Según el Instituto Nacional de Estadística el número de suicidios en 2020 en España creció en 270 personas, hasta los 3.941 suicidios, así pues, en España se suicidan de media 11 personas cada día y supone la segunda causa principal de muerte entre personas de 15 a 24 años. 

La conducta suicida incluye:

  • Suicidio consumado: acto autolesivo intencionado con resultado de la muerte
  • Intento de suicidio: acto autolesivo con intención de provocar la muerte pero que no resulta mortal.
  • Ideación suicida: pensamientos, planes y actos preparatorios relacionados con el suicidio.

Además, pueden existir autoagresiones no suicidas que son actos autolesivos sin intención de provocar la muerte. Ejemplo de ello puede ser: infligirse rasguños o cortes en los brazos, quemarse a uno mismo, ingerir una sobredosis de vitaminas. La autolesión no suicida puede ser una forma de reducir la tensión porque el dolor físico puede aliviar el dolor psicológico. También puede ser una petición de ayuda de las personas que aún desean vivir.

Las familias en las que ha ocurrido un suicidio están expuestas a una mayor probabilidad de desestructuración, desorganización y expresiones patológicas en sus miembros. Las personas que han pasado por el suicidio de un familiar son más propensas a desarrollar un trastorno de estrés postraumático (TEPT), depresión, ansiedad y otros trastornos del estado de ánimo. 

Generalmente, la familia del suicida rechaza hablar de ello con otras personas, debido al estigma que frecuentemente acompaña al suicidio en nuestra cultura. El estigma del suicidio y la culpabilidad sentida por la familia a menudo le acompañan toda la vida.

El entorno de la persona que se ha suicidado puede presentar enojo para con la persona que se ha quitado la vida, confusión por no entender por qué lo hizo, culpabilidad, acusarse a sí mismo de no haberse percatado de cómo se sentía la persona que consumó el suicidio, así como de acciones que pudo haber emprendido para evitar que esto sucediera. Pueden presentarse sensaciones de impotencia y rabia, así como preocupaciones por algún suceso que se interpreta como causa de la decisión del suicida. Al mismo tiempo y aunque parezca contradictorio, el doliente del fallecido puede sentirse aliviado de que ya no estará sufriendo o por no tener que seguir apoyando sus ideas y tentativas suicidas. También pudiera sentir vergüenza por lo que su familiar ha hecho, especialmente si su cultura lo ve como algo pecaminoso o desgraciado. Pueden presentarse síntomas, tales como pesadillas de imágenes intrusivas y miedo referido a sí mismo, a su posible vulnerabilidad de cometer suicidio o a padecer una enfermedad mental que lo conlleve, (García y Pérez, 2013)


VÍCTIMAS DE COVID
Se consideran todas aquellas personas que debido a la situación de pandemia provocada por la COVID-19 presente algún problema psicológico:

  • Personas que han sufrido la enfermedad de la COVID-19 y presenta secuelas psicológicas
  • Personas que continúan con síntomas de la COVID-19 cuatro semanas después de haber superado la enfermedad (COVID persistente)
  • Personas que están atravesando un proceso de duelo por alguna pérdida asociada a la COVID (ya sea de personas o de empleo, pareja, etc.)
  • Personas que hayan estado hospitalizadas o ingresadas en UCI a consecuencia de la COVID y que presente sintomatología psicológica.

Según el presidente de la Confederación Salud Mental España los jóvenes, mujeres y personas con discapacidad, y en especial con discapacidad psicosocial, son algunos de los grupos de población que han visto más afectada su salud mental durante la pandemia. Otro colectivo especialmente vulnerable son las personas mayores ya que algunas de estas personas mayores que han sufrido soledad ahora les cuesta nuevamente recuperar la dinámica de socialización, ya sea porque tienen miedo o porque no se sienten con ánimos. 

El porcentaje de personas de clase baja que se han sentido decaídas, deprimidas o sin esperanza durante la pandemia, casi duplica al de aquellas que se identifican con la clase alta (32,7% frente a 17,1%)

Diferentes expertos han anunciado que la pandemia ha producido un incremento del 30% de los trastornos emocionales en la población general.

Los trastornos mentales que más se están observando en la edad adulta son trastornos de angustia, síndromes depresivos, TOC y un incremento del abuso de sustancias, especialmente de alcohol y tabaco. El 17% de los pacientes con COVID-19 fueron diagnosticados con trastornos de ansiedad y el 14% con trastornos del estado de ánimo, incluida la depresión (Bleiker, 2021).

Ríos alerta de la cronificación de algunos procesos de duelo: Con las restricciones para la COVID-19 muchas personas no se pudieron despedir de sus seres queridos como querían y necesitaban, y eso implica no haber hecho el duelo correctamente, cronificando y provocando malestar emocional.

Una de cada cinco personas afectadas por Covid-19 mantuvo sus síntomas 5 semanas después y uno de cada 10 pasados 3 meses, según un estudio del Instituto Nacional de Estadística de Reino Unido. 

Respecto a cómo puede afectar al organismo, la COVID persistente puede incluir una veintena de síntomas distintos, entre los que se encuentran cansancio, malestar, dificultad respiratoria, dolor de cabeza, pérdida del olor y el sabor, alteraciones de la concentración y del sueño, niebla mental, etc. Un 86,2% de los pacientes con la covid-19 persistente sufren también trastornos psicológicos o emocionales como angustia y depresión


VÍCTIMAS DE ASALTO// ATRACO
Los asaltos a las personas en la vía pública generan una percepción de inminente peligro y desprotección. Cuando un individuo sufre un asalto, presenta una serie de reacciones a nivel psicológico y fisiológico debido a la vivencia de amenaza a la integridad personal. Las respuestas inmediatas ante un suceso traumático serán diferentes en cada individuo y variarán según la naturaleza y consecuencias de la agresión. 

En la primera etapa, también llamada etapa de shock, que puede durar desde algunos minutos a días, el sistema defensivo del sujeto se activa ante el peligro, lo que puede facilitar o entorpecer el enfrentamiento a la situación y la posterior reacción emocional. La respuesta al trauma estará dada por la percepción de la amenaza y el significado que adquiera el hecho traumático; dicha percepción dependerá tanto del acontecimiento en sí mismo, como de las características de la persona. Una vez superada la etapa de shock puede aparecer una respuesta emocional que se caracteriza por horror e indefensión.

Estas personas pueden llegar a desarrollado un trastorno de estrés postraumático (TEPT) y los síntomas que se observan son recuerdos recurrentes del hecho, pesadillas, evitación de conversaciones, personas o lugares que evoquen el trauma, alteraciones del sueño, irritabilidad e intensa angustia. (Carbonell y Carvajal, 2004)

Caballero, Ramos y Saltijeral (2000) llevaron a cabo un estudio con el fin de determinar las consecuencias psicológicas que presentaban aquellas personas que habían sido víctimas de un robo en su casa. Concluyeron que, a corto plazo, presentaban miedo, incredulidad y negación y que como consecuencias a medio-largo plazo se podía observar malestar psicológico, recuerdos recurrentes del suceso, preocupación por el futuro, hipervigilancia, problemas con el sueño y sentimiento de inseguridad.


VÍCTIMAS DE ACCIDENTES DE TRÁFICO
Los accidentes de tráfico constituyen el suceso traumático más frecuente experimentado por los hombres (25%) y el segundo para las mujeres (13,3%). Dichos accidentes dejan, además de los fallecidos, otro tipo de víctimas. Se trata de aquellas personas que, después de sufrir el suceso traumático, quedan con algún tipo de lesión o secuela, ya sea de tipo físico, psicológico o mixto, así como de los familiares y personas que deben atenderlos (Echeburúa y Esbec, 2015).

Un accidente de tráfico supone un trauma para la víctima, entendiendo “trauma” como una reacción psicológica derivada de un suceso traumático, que quiebra el sentimiento de seguridad de la persona.

En un estudio sobre secuelas psíquicas en víctimas de accidentes de tráfico realizado por Goldberg y Gara en 1990, se diferencian cuatro grupos de pacientes: grupo depresivo, grupo TEPT, grupo de inadaptación al dolor crónico, y grupo de alteraciones conductuales del tipo síndrome postconmocional. Echeburúa (2015) explica cada uno de estos grupos de este estudio: El grupo depresivo es el más numeroso, e incluye la depresión con sus características asociadas, como anhedonia, insomnio, culpa, anorexia o déficits de memoria. El grupo TEPT (trastorno de estrés postraumático) es el segundo grupo más frecuente y hace referencia a las imágenes recurrentes del accidente, ansiedad y miedo a conducir. El grupo de inadaptación al dolor crónico es un grupo poco frecuente y puntúa alto solo en ese factor y, por último, el grupo de alteraciones conductuales del tipo del síndrome postconmocional es un grupo poco frecuente que incluye anorexia, irritabilidad y déficits de concentración. 

Las secuelas psicológicas más frecuentes después de un accidente de tráfico son los trastornos de adaptación, el trastorno de estrés postraumático (TEPT), las secuelas del estado de ánimo, la transformación persistente de la personalidad, los trastornos de uso de sustancias y las secuelas cognitivas (Echeburúa, 2015).

Estas alteraciones psicológicas y emocionales pueden ser temporales, aunque muchas de ellas persisten en el tiempo y otras no desaparecen nunca. De esta forma, en España, el 36.7% de las víctimas dice haber realizado un tratamiento psiquiátrico y el 50% un tratamiento psicológico (Instituto Opinòmetre, 2016).